La confesión de una violación en una obra literaria abrió la discusión en Chile sobre si este poeta era merecedor de que su nombre lo llevara el aeropuerto de Santiago.
Han sido muchos los casos de violaciones que hemos visto o leído en los diarios de noticias, y por lo general en lejanos lugares, donde son muy distintos a nosotros, estos actos no son vistos como una violación a los DDHH. En el continente africano esta situación sigue siendo una practica normal en algunas tribús o países, pero lo que si es muy extraño es que en el estilo de vida occidental se tenga aprobación abierta porqué se trate de una figura como Neruda.
Idealizar es una práctica muy común y con figuras públicas o artistas es mucho más frecuente, pero si el perfil del victimario podemos asociarlo al aporte cultural, social o artísticos que hacen al mundo, a veces es suficiente para considerarlos moralmente correcto y permitirles gozar de nuestro respeto, estima y consideración.
Por mas inaudito que a muchos les parezca un acto de este tipo, la verdad es que para muchos la fama y el reconocimiento les otorga impunidad o expiación a sus victimarios sólo por la indulgencia que han ganado con sus oficios y profesiones. Por increíble que pueda sonar el poeta de poetas, el gran Pablo Neruda, el mismo de "me gustas cuando callas porque estás como ausente", relató de manera romántica, la violación a la que sometió a una mujer que trabajaba en su casa.
En varias culturas y países, la violación aún cuando es una agresión no es jurídicamente, ni socialmente condenable.
Pablo Neruda, la violación
A continuación el relato:
“Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa.
“Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa.
Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo.
El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido.
Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba.
Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias.(1) Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa.
Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado(2). La llamé sin resultado.
Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.(3)
Una mañana, decidido a todo(4), la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara (5) No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama.(6) Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua.(7) Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible(8). Hacía bien en despreciarme (9). No se repitió la experiencia”.